La vida en 42 kilómetros. Crónica del Maratón de Barcelona
Con una ostensible cojera y cubierto de agujetas de arriba abajo aterrizo en Huelva (esto último es una metáfora reivindicativa, por si ha pasado desapercibido) dos días después de haber cruzado la meta a los pies de la Fuente Mágica de Montjuic. Os debo la crónica del Maratón de Barcelona, y ya sabéis que un Recuero, como un Lannister, siempre paga sus deudas. Vuelvo con la convicción reafirmada de que el Maratón es la carrera más extraordinaria que existe, y con el voto renovado de que, mientras sea posible, regresaré nuevamente a la distancia año tras año. Vuelvo sin tener claro del todo cuánto he recibido de disfrute en las calles de Barcelona y cuanto he dejado de sufrimiento. Vuelvo sin saber siquiera si el domingo rendí al máximo o si aún podría haber arañado algunos minutos más a esos 3:26:00 que marcó el reloj al cruzar la línea de meta. Porque el Maratón es una vida en 42 kilómetros. Nace a primera hora de la mañana, y en su condición de recién nacido todo le sorprend