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Mostrando entradas de enero, 2011

Juan Nadie Cortés

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Hubo quien creyó ver un día en Juan José Cortés al nuevo héroe del pueblo. Al Juan Nadie que, emulando al que encarnó Gary Cooper, se echaba a las espaldas la pesada carga de unir a los desesperados, de ser la voz de la gente sencilla, de plantar cara al sistema acomodado de la élite dirigente. El ciudadano Cortés, el héroe de la mirada limpia... Tantas cosas se dijeron y se escribieron en aquellos días. Pero no, el camino que ha elegido Cortés es otro. Es el de incorporarse a esa élite, el de prestar su nombre, su fama y su causa a una opción politica. "Legítimo" es la palabra que más escucho en estos días en relación a la decisión adoptada por Juan José y, lo siento, no estoy de acuerdo. Sería legítimo si le hubiese preguntado a mi suegra, que lloró en aquellos días de enero de 2008 sólo de pensar en lo que le habría ocurrido a aquella niña de cinco años. Sería legítimo si le hubiese preguntado a mis niños, congregados por las monjas del colegio día tras día para rezar

La plaza de las Monjas

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La primera vez que vine a Huelva fue con 14 años. Vine en el Damas, toda una aventura, a ver a mi también primera novia. Me bajé en la estación de la avenida de Portugal y cogí un taxi: "A la plaza de las Monjas, por favor". El hombre se dio la vuelta y me miró asombrado. Insistí y me llevó en la carrera más corta que un taxi haya hecho nunca. Mientras esperaba a la moza en cuestión, me entretuve mirando la plaza. Su templete, sus palmeras, sus farolas, su fuente y sus bancos. Me pareció bonita, a secas, lo suficiente. El caso es que el destino hizo que años más tarde echase aquí raíces. Trabajo, novia, casa, mujer, hijos, amigos... Y mientras mis raíces iban escarbando el suelo de esta ciudad, la plaza de las Monjas también se fue remozando. Arreglaron el templete, cambiaron la fuente, cambiaron el suelo... Después llegaron las columnas de colores, los maceteros redondos, la hicieron casi peatonal y construyeron ese bar... en fin. Esa es la plaza de las Monjas de hoy.

Veneno que bueno

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Empecé a fumar con trece años, en el internado. No me incitó nadie. Sólo lo soñé y en el sueño fumar era placentero. Lo probé al día siguiente y confirmé lo que había soñado. En un año estaba fumándome un paquete de Ducados todos los días. Así estuve hasta que se aprobó la primera ley, la que prohibía fumar en el trabajo. Entonces lo dejé. Me costó mucho, fatigas, sudores y temblores, pero lo dejé. Casi tres años después, volví a caer. Fue en un bar, una calada… lo suficiente. El Gobierno, en su infinita bondad, me da ahora una nueva oportunidad. Ya no se puede fumar en los bares. Y eso son palabras mayores.