La vida en 42 kilómetros. Crónica del Maratón de Barcelona
Con una ostensible cojera y cubierto de agujetas de arriba abajo aterrizo en Huelva (esto último es una metáfora reivindicativa, por si ha pasado desapercibido) dos días después de haber cruzado la meta a los pies de la Fuente Mágica de Montjuic. Os debo la crónica del Maratón de Barcelona, y ya sabéis que un Recuero, como un Lannister, siempre paga sus deudas.
No lo tenía previsto, pero una indisposición de Myriam dejó a Charo sola ante la breakfast run, una carrerita que se celebra el sábado por la mañana y que tiene como principal atractivo recorrer los últimos 4 kilómetros del mítico maratón de los Juegos de Barcelona'92, incluyendo la meta en la pista del estadio olímpico de Montjuic. Así que me ofrecí a acompañarla. Una pasada.
Vuelvo con la convicción reafirmada de que el Maratón es la carrera más extraordinaria que existe, y con el voto renovado de que, mientras sea posible, regresaré nuevamente a la distancia año tras año. Vuelvo sin tener claro del todo cuánto he recibido de disfrute en las calles de Barcelona y cuanto he dejado de sufrimiento. Vuelvo sin saber siquiera si el domingo rendí al máximo o si aún podría haber arañado algunos minutos más a esos 3:26:00 que marcó el reloj al cruzar la línea de meta.
Porque el Maratón es una vida en 42 kilómetros. Nace a primera hora de la mañana, y en su condición de recién nacido todo le sorprende, todo le maravilla, todo le impresiona y le empieza a forjar el carácter. Va creciendo vigoroso, se siente fuerte y lleno de sueños de futuro que va persiguiendo kilómetro a kilómetro, convencido de que no hay montaña suficientemente alta (música). Comienza entonces a madurar, a buscar seguridad y estabilidad, a dejar de asumir riesgos innecesarios. Afronta los obstáculos con mayor perspectiva, consciente de que sus fuerzas ya no son las que eran, que los excesos de juventud le pasan factura. Ya no hay vuelta atrás, porque el Maratón, como la vida, te va llenando el cuerpo de cicatrices, y las decisiones que has ido tomando te acompañan hasta el final. Es en ese punto, cuando ya asoma la vejez y se alcanza a ver la meta, cuando todo vuelve a cobrar sentido, cuando se termina de escribir la historia de una vida de gozos y sufrimientos en 42 kilómetros.
La expedición
Por primera vez, este año me acompañaba la familia al completo: Charo, Pepe y Marina. Ocho en total con los otros dos corredores, el "tito" Javier y Miguel Ángel, junto a sus respectivas, Rocío y Myriam. Apartamento literalmente al lado de la Plaza de España, salida y meta del Maratón. Un auténtico lujo. El sábado, como manda la tradición, me coloqué el chándal de los maratones y pasamos a recoger los dorsales.
Lo de Barcelona en esto del deporte viene de largo, y se nota. La organización es, sencillamente, perfecta en todos los aspectos, en un maratón concebido para que la ciudad luzca y para que los corredores estén lo más cómodos posible.
Javier López, Miguel Ángel Garzón y César Recuero, una acumulación nada desdeñable de años y de maratones. |
No lo tenía previsto, pero una indisposición de Myriam dejó a Charo sola ante la breakfast run, una carrerita que se celebra el sábado por la mañana y que tiene como principal atractivo recorrer los últimos 4 kilómetros del mítico maratón de los Juegos de Barcelona'92, incluyendo la meta en la pista del estadio olímpico de Montjuic. Así que me ofrecí a acompañarla. Una pasada.
111 días después
Total, que llegó el día señalado. A las 8.30 de la mañana, más de 17.000 corredores estábamos convocados en la avenida de la Reina María Cristina. Determinación y confianza. Vamos a por todas. Suenan Freddy Mercury y Montserrat Caballé cantándole a Barcelona. Impresionante.
Primeros kilómetros picando hacia arriba. No pasa nada. Determinación y confianza. Bien de piernas y muy bien de respiración. Muy cómodo rodando al ritmo previsto de 4:40. La estrategia es mantenerme ahí el mayor tiempo posible para que la inevitable pérdida de la parte final no haga mucha mella.
Llegamos al Nou Camp, y la carrera sigue con las cuestas. Nada especialmente duro pero sí un sube y baja permanente, sin apenas terreno llano. De momento, no hay problema: lo que se pierda hacia arriba se gana hacia abajo.
Enfilamos la recta larguísima de la Gran Vía. Esta bien este maratón, porque no curvea demasiado. Pasamos por la casa de La Pedrera, pero voy tan metido en la carrera que ni la veo. Malo. Nueva subidita, ahora por el Paseo de Gracia. Esta sí afloja las piernas. Malo también. Este trazado es muy tramposo. Kilómetro 16. Llegamos a la Sagrada Familia. Bien.
La Casa de La Pedrera, de Gaudí. Por la mañana pasé tan concentrado que ni la vi, así que por la noche le hice esta foto para vosotros. |
Hasta ahora todo marcha. Voy cubriendo los parciales, y los tiempos encajan. Nueva subida por la Meridiana, de doble sentido. Los ritmos, de libro. Por el lado contrario bajan los que ya han pasado el kilómetro 20. Esto ya está haciendo daño. Quiero llegar al medio maratón en 1:38, pero se me va casi un minuto.
Yo esto ya lo conozco. Lo he vivido antes. Esta es la ley de Maratón. Él manda y tú obedeces. Adáptate o muere. No es el día de bajar de 3:20. Mételelo en la cabeza, que todavía ni ha empezado la carrera de verdad. Reescribe la estrategia, respira hondo, no te desanimes, deja de mirar el reloj un rato y empieza a disfrutar antes de que llegue la hora de la verdad.
El cuerpo encaja bien el golpe. El ritmo baja unos diez segunditos, sobre 4:50. Lo suficiente para que todo empiece a parecer bonito otra vez. Hay muchísimo público, que además jalea con fuerza. Legiones de voluntarios te ofrecen agua y ánimos a partes iguales. A cada poco hay bandas de percusión que calientan el ambiente. Un grupo de rock toca "Sweet home Chicago" y me dan ganas de bailar. Déjate de tonterías, anda.
Para el kilómetro 28, al paso por la torre Agbar, el castigo ya es muy considerable. Javier, al que había dejado atrás en los primeros kilómetros, me alcanza y tira para adelante. Tampoco va muy sobrado, porque apenas se distancia unos metros. Vamos a llegar a la zona de la playa, donde para colmo se espera viento fuerte de cara. Demasiado pronto para ir tan tocado. Las piernas están rígidas, acartonadas. Pensamientos positivos: mis compañeros de los Runners La Palmera, que tanto me han ayudado este año; mi madre y mi hermano, que siempre me echan una mano en estos momentos difíciles; Fiscal, que seguro que me está siguiendo kilómetro a kilómetro y está sufriendo conmigo. Pienso en los míos, que están apostados en el kilómetro 34. Qué penita les vas a dar. Venga, recomponte un poco. Endereza la espalda y levanta la cabeza. Miralos, ahí están!!!
Ya estoy rodando otros diez segundos más lento, sobre 5:00 min/km. La renta que llevo para mejorar mi marca (3:28) no es mala, pero por delante lo que me queda es un territorio oscuro en el que no tengo ni idea de si voy a poder aguantar, si me voy a terminar de hundir definitivamente o si directamente voy al hoyo.
Estoy en el lugar más parecido a lo que llaman el muro del maratón, un muro que en realidad llevo escalando desde hace más de media hora. Llego al km 36. El Arco del Triunfo. Voy muerto. Se disparan los tiempos. 5:12, 5:15, 5:28 en el km 38. Esto es el fin. Me voy a parar. No hay más.
Mira en la cabeza, a ver si ahí queda algo de lo que tirar para no pararte. Venga, son 4 kilómetros. 20 minutos. 25 como mucho. Tienes ahí la marca. Aguanta, venga. Cierra los ojos, coge aire y aprieta los dientes. ¡¡Mira, ahí está Javier!!
Llegamos al Paralelo. Es la única referencia previa que tengo. Dicen que hay que guardar un poco de fuerzas para esta última cuesta de dos kilómetros, los últimos dos kilómetros. En cualquier otra carrera se consideraría un repechito, pero aquí, con lo llevamos todos encima, el Paralelo es un campo de batalla que va dejando un reguero de cadáveres.
El reecuentro con Javier me anima mucho. Salimos juntos, hemos corrido 40 kilómetros separados por apenas doscientos metros y al final vamos a llegar juntos. Él va peor que yo, aunque parezca imposible. Último kilómetro. La marca ya está en el bolsillo. Venga, que ya estamos. Curva a la izquierda para enfilar los doscientos metros finales. Creo oír gritar a Marina. Luego me entero que no, que es mi sobrina Esther la que grita:
3:25:59, según los tiempos oficiales. Buena renta. Puesto 2.173 de 13.542 corredores que llegaron vivos a la meta. Pero eso es lo de menos.
Maldito seas, bendito Maratón. Ya te estoy esperando otra vez.
Ya estoy rodando otros diez segundos más lento, sobre 5:00 min/km. La renta que llevo para mejorar mi marca (3:28) no es mala, pero por delante lo que me queda es un territorio oscuro en el que no tengo ni idea de si voy a poder aguantar, si me voy a terminar de hundir definitivamente o si directamente voy al hoyo.
Estoy en el lugar más parecido a lo que llaman el muro del maratón, un muro que en realidad llevo escalando desde hace más de media hora. Llego al km 36. El Arco del Triunfo. Voy muerto. Se disparan los tiempos. 5:12, 5:15, 5:28 en el km 38. Esto es el fin. Me voy a parar. No hay más.
Mira en la cabeza, a ver si ahí queda algo de lo que tirar para no pararte. Venga, son 4 kilómetros. 20 minutos. 25 como mucho. Tienes ahí la marca. Aguanta, venga. Cierra los ojos, coge aire y aprieta los dientes. ¡¡Mira, ahí está Javier!!
Llegamos al Paralelo. Es la única referencia previa que tengo. Dicen que hay que guardar un poco de fuerzas para esta última cuesta de dos kilómetros, los últimos dos kilómetros. En cualquier otra carrera se consideraría un repechito, pero aquí, con lo llevamos todos encima, el Paralelo es un campo de batalla que va dejando un reguero de cadáveres.
El reecuentro con Javier me anima mucho. Salimos juntos, hemos corrido 40 kilómetros separados por apenas doscientos metros y al final vamos a llegar juntos. Él va peor que yo, aunque parezca imposible. Último kilómetro. La marca ya está en el bolsillo. Venga, que ya estamos. Curva a la izquierda para enfilar los doscientos metros finales. Creo oír gritar a Marina. Luego me entero que no, que es mi sobrina Esther la que grita:
3:25:59, según los tiempos oficiales. Buena renta. Puesto 2.173 de 13.542 corredores que llegaron vivos a la meta. Pero eso es lo de menos.
Maldito seas, bendito Maratón. Ya te estoy esperando otra vez.
Jo, además de ser un runner ejemplar, escribes bien. Me anima tu historia a plantearme hacer la maratón de Sevilla del año proximo. Felicidades!!
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