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Mostrando entradas de diciembre, 2010

El hombre tranquilo

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Anoche vi “El hombre tranquilo” en Canal 2 Andalucía (me corrige Ronchel: en la 2. Corrijo: el que me ha corregido es Dick Turpin). Es una de esas películas de toda la vida, tan de toda la vida que, vista hoy, produce una mezcla de sonrisa y sonrojo. La cinta de John Ford acusa el paso del tiempo como pocas, y es una pena, no por la cinta, sino por el paso del tiempo. Los profetas de la modernidad, adalides de la conciliación y talibanes de la igualdad de género tendrían que estar anoche subiéndose por las paredes, viendo al rocoso John Wayne arrastrar a su encabronada señora Maureen O'Hara por los verdes campos de Innisfree, mientras una vieja le ofrece una vara con la que atizarle. “El hombre tranquilo”, un himno a la vida sencilla del mundo rural, se erige en defensa de otros asuntos tan denostados hoy como la resolución de las diferencias por la vía de los puños, la ludopatía, la intromisión de la Iglesia en los asuntos mundanos o la ingesta desmedida de alcohol como medio d

La reputación

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Reputación es una palabra muy fea. Incluye "re" que repite, "puta" que denigra y "acción" que cansa. Su definición más lógica sería "acción de putear a alguien dos veces". O algo parecido. Pero no, la reputación es la opinión que se tiene sobre alguien, pero no una opinión cualquiera, sino una buena opinión. La reputación es el prestigio, la estima en que se tiene alguna cosa o persona. Parece ser que en un reciente estudio nuestra ciudad, Huelva, no sale muy bien parada en materia de reputación. Concretamente, quedamos en el puesto 75 de una clasificación que incluye a 81 ciudades españolas. En capitales de provincia, sólo está por debajo de nosotros Lugo (hermanamiento YA). La culpa de esta ignominiosa posición la tiene la RAE. Si la definición de reputación hubiera sido la que he propuesto como más lógica, seguro que estábamos en un buen puesto. Porque, en que nos puteen, estamos más que experimentados.

La estrategia china

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Sé que lo que voy a contar puede poner en peligro mi vida. Probablemente acabe en una isla perdida del Pacífico jugando a la play con Julian Assange, el fundador de WikiLeaks, ocultos él de las pesquisas de Interpol y yo de las del servicio secreto chino, que es tan secreto que nadie sabe ni su nombre. Y es que he descubierto el plan inconfesable con el que China pretende dominar el mundo. Al principio, sólo eran sospechas, indicios. Una tienda de veinte duros por aquí, zapatos a tres euros por allí... Pero ya estoy seguro: la estrategia oculta puesta en marcha por los chinos consiste en invadir nuestra vida de objetos que se estropean para, de esa forma, hacer de Europa un gran vertedero. Paragüas que se desarman con el agua, juguetes que se rompen con el juego, rotuladores que no pintan, radios que no aguantan ni lo que le duran las pilas, tierra para las macetas que impide que crezcan las plantas, destornilladores que descabezan los tornillos, ropa de un sólo uso... las pruebas