Veneno que bueno
Empecé a fumar con trece años, en el internado. No me incitó nadie. Sólo lo soñé y en el sueño fumar era placentero. Lo probé al día siguiente y confirmé lo que había soñado. En un año estaba fumándome un paquete de Ducados todos los días.
Así estuve hasta que se aprobó la primera ley, la que prohibía fumar en el trabajo. Entonces lo dejé. Me costó mucho, fatigas, sudores y temblores, pero lo dejé. Casi tres años después, volví a caer. Fue en un bar, una calada… lo suficiente.
El Gobierno, en su infinita bondad, me da ahora una nueva oportunidad. Ya no se puede fumar en los bares. Y eso son palabras mayores.
Pues ya lo sabes, tronco. Como te vuelva a ver con un cigarro en la mano te cuento al detalle las funciones de mi GPS. Y el que avisa no es traidor.
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