Un papa negro
Benedicto XVI ha dado la campanada. Después de dejarnos como legado para la eternidad el testimonio de que los Reyes Magos eran tharsileños, el obispo de Roma se nos jubila a los 85 años, que a este paso es la edad a la que nos podremos retirar el resto de los mortales. Ya se dijo cuando lo nombraron que Ratzinger sería un Papa de transición, una figura de poco brillo popular que no tuviera que someterse a comparaciones con la poderosa sombra de Juan Pablo II, al que quería todo el mundo, como coreaban las masas congregadas en la avenida de Andalucía aquel 14 de junio de 1993.
Superado el tránsito benedictino de estos casi ocho años llega el momento de que Sus Eminencias depositen el peso de la Iglesia sobre otras espaldas. Y claro, los medios occidentales, tan proclives a las cábalas y a los talent-shows, se aventuran a hacer sus listas de los posibles candidatos a dirigir los destinos de la cristiandad desde la berniniana Cátedra de San Pedro.
Estaría bien que ahora abriesen los teléfonos. Un casting como Dios manda y que la audiencia decida. Si quieres un papa italiano, manda un SMS con la palabra Pietro al 8888. Cardenal Rouco, debe abandonar el Cónclave. Un poco exagerado, ¿no? Vale, pero al menos podrían dar algún cauce de participación democrática en el proceso…. Ya, tampoco.
Pues como sé que no me van a preguntar, me aventuro desde aquí a mostrar mis propias preferencias. Yo quiero un Papa negro. Ya toca. Si Obama llegó a la Casa Blanca, éste es un buen momento para que también el Vaticano se sacuda el polvo -perdonen la desafortunada expresión- y vuelva la mirada hacia donde están los verdaderos y urgentes problemas del mundo, que por cierto, no son precisamente si Huelva tiene o no tiene procesión del Santo Entierro Magno.
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