La Merced y Arquímedes


Hoy, queridos amiguitos, os hablaré del sitio donde vivo, y de la plaza que hay delante de mi casa. Se llama  Plaza de la Merced. Podría ser un lugar estupendo. Limita al norte con la plaza de toros, al sur con la calle San José -llena de bares de tapas- y la calle Vázquez Limón -llena de bares de copas-, al oeste con el Molino de la Vega con su curiosísima estatua de Santiago Apóstol y al este con los milenarios cabezos que me dan los buenos días.

La plaza, que alberga un quiosco de hamburguesas, está rodeada por la catedral de Huelva, la Universidad, la milla de oro de la hostelería onubense (el Saxo, el Jeromo y el Tagomago), una pequeña floristería, un par de bancos, y el decadente bar Los Amarillos, entre otros. Es una plaza con mucha historia, que hace unos años, no muchos, fue reformada por completo. Le pusieron bancos nuevos, suelo nuevo, rampas para minusválidos, arriates y arbustos.

Podría ser un lugar estupendo. Pero no lo es. La culpa la tiene Arquímedes, que formuló un principio cuya equivalencia es que “los colgaos que desalojes de la Plaza de las Monjas se apoderarán de la plaza de La Merced ante la laxitud de las autoridades civiles, religiosas y militares”.

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