Vecinos
Cuando Eva mordió la manzana (evitaré el chiste machista, que está la cosa calentita con estos temas) y Dios expulsó a ella y a Adán del Edén, no sólo los condenó a tener que buscarse la vida con el sudor de su frente y de sus axilas, sino que los castigó también a soportar a sus vecinos. Al principio, la convivencia funcionaba. Era relativamente fácil. Los muros de las casas tenían un metro de ancho, no había amplificadores de 500 watios ni televisores a los que subir el volumen al máximo para compensar la sordera. No existían aparatos de aire acondicionado ni antenas parabólicas que deslucieran las fachadas. Cada cual limpiaba su trozo de acera y, con la fresquita, se sacaban las sillas a la puerta de la calle a charlar hasta la hora de acostarse. Pero los planes de Dios no iban por ese camino. Él sabía lo que quería, y la buena voluntad de convivencia de los hombres (genérico que incluye también a las mujeres, aclaro) no iba a estropearle su hoja de ruta. Un día, mosqueado porq